Mi primer experiencia con un arma ajena fue a los seis años.
Nacida de la cabeza de mi viejo se proyectaba hasta el brazo desconocido de
quien no supe mas que su perfil. Atemorizándome el sonido de aquella tan
parecida a la que usábamos para jugar en las tardes de verano. En el tiempo en
que con mi hermano saltábamos la medianera que nos separaba de esa selva en el
fondo de la casa de nuestros amigos. La misma edad nos hacia trepar. En los árboles
pasábamos horas inventando historias como la que nos llevo a perseguir por esos
pasillos lo que quedaba de mi viejo después del estruendo.
jueves, 6 de septiembre de 2012
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